Contra la corriente
Yo no sé por qué me molesta Solange. Es la chica más popular de la escuela, alta, con hermoso cabello, y todos los chicos quieren salir con ella; todas las chicas quieren ser su amiga, la siguen a todas partes con elogios y hacen todo lo que ella dice. Claro está que, por más bella y carismática que sea, es una persona vacía por dentro. Eso me parece algo enfermo. Más que un grupo de amigas, se me da que son un grupo de personas inseguras, que, por miedo a ser rechazadas, o por miedo a verse indefensas y sufrir el bulling, se dejan manipular por Solange. Yo no puedo ser así.
Pero hay algo que me indigna por completo. Yo comparto mi pupitre todos los días en clases, con una chica que se llama Lily. Usa muletas porque tiene piernas muy débiles, y tiene un rostro muy distinto al de los demás. Todos se burlan de ella. Se ríen de ella cuando tropieza; se ríen de ella cuando hace una pregunta a la profesora o cuando le toca dar lección frente al pizarrón; o, la culpan por cualquier cosa, pero siempre buscan una razón para buscarle defectos, burlarse de ella, acusarla, o, simplemente, excluirla. Todos le dicen discapacitada, o tonta, pero yo no lo veo así.
Desde el primer momento que entré a clases, Lily y yo nos hicimos muy buenas amigas. Yo la hago reír. En el recreo caminamos por el patio y cantamos. Encontré en ella una gran amiga y confidente, y pese a ser diferente a mi, vi en ella una chica con un gran corazón. No sé por qué el resto del grupo no le da una oportunidad. No puedo creer que la raza humana pueda ser tan cruel.
Estábamos en la clase de catequesis, en el colegio donde ahora estudio para terminar mí secundaria, el Instituto de Santa Gertrudis.
La monja catequista, la madre Amparo, nos estaba enseñando sobre el libro del Génesis en la Biblia, y nos dio la consigna de escribir en 15 minutos una mínima composición. El tema de la misma era: la creación, y cómo hubiésemos creado nosotros el mundo, con imaginación.
Los 15 minutos pasaron, y nos tocó a cada uno su propia exposición. Adoro la literatura. Fue algo mágico: en las diferentes narraciones, algunos creaban el mundo con plastilina, otros con caramelos, otros pintando un cuadro, a partir de retazos de telas y botones, otros a través del decorado de un pastel.
Llegó el turno de Lily. Cuando empezó a leer, empezó el tumulto de comentarios y burlas. Yo me enojé, me puse de pie, le pedí la hoja a Lily y dije: - mejor lo leo yo!- miré alrededor y mí mirada furiosa se posó en las chicas que integraban el clan de Solange, y les dije con irá: -¿¿¿ algún problema con eso??? – Ellas respondieron asustadas: - No. – Solange solo miraba indiferente y mascaba chicle como si nada le importara.
Empecé a leer:
“ La creación”
Una obra de Lily.
“Yo crearé el mundo, a partir de mi propio cuerpo y mi propio ser. Mis cabellos será el espacio infinito. Mis ojos las estrellas y la luna, que los guíe en la oscurtidad. Y en mis manos los llevaré siempre, para mostrarles que siempre estaré con ustedes, iluminándolos con el sol, que es la luz de mí corazón y la fuerza de todo mi amor”
Terminé de leer el texto de Lily. Hubo un pequeño silencio. Yo pensé que llovían las burlas, pero, en cambio, el aula de catequesis explotó en aplausos. Le di un abrazo a Lily. La monja catequista, la madre Amparo sonrió llena de alegría. Solange miró asqueada a su alrededor mascando chicle como una vaca.
Sonó el timbre del recreo. Todos se acercaron y me felicitaron. Yo dije: - La obra es de Lily. Feliciten a Lily. – y todos la saludaron. Ángel, el chico que me gusta, miraba desde lejos sin reaccionar.
Solange, miró decepcionada y enojada a la novez, dio la vuelta y se dirigió con sus cómplices hacia la puerta. Dos de las chicas de su grupo me dijeron: - Muy bien! Esta vez le ganaste a Solange! – Solange miró hacía atrás, y ellas corrieron detrás para alcanzarla como si perdieran el tren. Vaya ironía: me felicitan, pero luego corren detrás de Solange pidiendo sus favores!
A la salida, nos despedimos para ir cada uno a sus casas. Vi a Ángel caminando con su bicicleta, mirándome en señal de aprobación. – ¡Muy bien! – me dijo, sonrió, subió a su bicicleta y se fue. Me fui contenta, una paz interior iluminaba todo mí ser y no sé por qué razón.
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